En toda esta sección, Pablo trata de los peligros y las deficiencias del don de hablar en lenguas impropiamente usado, y de la superioridad del don de proclamar la verdad de manera que todos la puedan comprender.
Podemos seguir mejor la línea de pensamiento de Pablo analizando el pasaje por partes.
Empieza por afirmar que las lenguas se dirigen a Dios y no a las personas, que no las pueden entender. El que practica este don de lenguas puede que esté enriqueciendo su propia experiencia espiritual, pero no reporta ningún beneficio a las almas de los demás miembros, porque a estos les resulta ininteligible; y, por otra parte, el don de proclamar la verdad produce algo que todos pueden entender, y que es de provecho para todas las almas.
Pablo pasa a usar ciertas ilustraciones y analogías. Supongamos que les va a ministrar; pero, si no hace más que hablarles en lenguas, ¿para qué sirve eso? No tendrían ni idea de lo que les estaba diciendo. Tomemos el caso de un instrumento músico. Si se obedecen las leyes normales de la armonía, puede producir una melodía; pero si no, no produce más que un caos de sonidos. Tomemos el ejemplo de la trompeta. Si hace la llamada correcta, puede mandar a la tropa avanzar, retirarse, acostarse o levantarse, etcétera, etcétera. Pero, si no hace más que producir una mezcla de sonidos sin sentido, la tropa no sabrá qué hacer. En este mundo hay muchas clases de idiomas; pero, si dos personas se encuentran, y ninguna entiende el idioma de la otra, le suena a chino lo que le dice, y no le encuentra ningún sentido.
Pablo no niega la existencia del don de lenguas. Ni se puede decir que fuera para él una cuestión de que «las uvas no estaban maduras», porque tenía el don más que ninguno de los corintios; pero insiste en que cualquier don tiene valor en la medida en que beneficia a toda la congregación; y, por tanto, si se usa en público el don de lenguas, es inútil a menos que se interprete. Ya sea que una persona esté hablando, u orando, o cantando, debe hacerlo no sólo con su espíritu sino también con la inteligencia.
Debe saber de qué se trata, y los demás deben poder entender. Así es que Pablo llega a la terminante conclusión de que en una congregación cristiana es mejor decir unas pocas palabras inteligibles que lanzar una tromba de sonidos ininteligibles. De este difícil pasaje surgen ciertas verdades de valor universal.
El versículo 3 concreta la finalidad de la predicación. Es triple.
(i) Debe encaminarse a la edificación; es decir, a incrementar el conocimiento del Evangelio, y la capacidad de vivir la vida cristiana.
(ii) Debe animar. En todas las compañías hay deprimidos y desanimados. Los sueños no se hacen realidad; los esfuerzos resultan improductivos; el examen de conciencia no revela más que fracasos e incapacidades. En la comunión cristiana, uno tiene que encontrar algo que le anime el corazón y fortalezca el brazo. Se decía de cierto predicador, que predicaba el Evangelio como si anunciara una gran depresión en la Antártida. Un culto puede empezar humillándonos con el recuerdo de nuestro pecado; pero será un fracaso si se acaba sin mostrar los recursos de la gracia de Dios que nos capacita para conquistarlo.
(iii) Debe tender a confortar. « Nunca se pone el sol sin que algún corazón se quebrante.» Están lo que llamaba Virgilio «las lágrimas de las cosas.» En cualquier compañía de personas habrá siempre algunas a las que la vida ha dañado; y en la comunión cristiana deben de poder encontrar «gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado» (Isaías 61:3).
El versículo 5 nos dice las cosas que Pablo consideraba la base y la sustancia de la predicación.
(i) Procede de una revelación directa de Dios. No se puede hablar de parte de Dios a menos que se haya escuchado a Dios. Se dice de un gran predicador, que, una y otra vez, se detenía como para escuchar una voz. Nunca damos a las personas o a los estudiantes verdades que hemos producido o, ni siquiera, descubierto; transmitimos verdades que se nos han confiado.
(ii) Puede que aporte algún conocimiento especial. Nadie puede ser un experto en todas las materias; pero cada uno tiene un conocimiento personal de algo. Se ha dicho que todo el mundo puede escribir un libro interesante si expone sencilla y sinceramente todo lo que le ha sucedido. Las experiencias de la vida nos dan a cada uno de nosotros algo especial, y la predicación más efectiva consiste en dar testimonio de lo que hemos descubierto que es verdad.