El amor no se complace en obrar mal. Sería mejor traducir que el amor no encuentra placer en nada que esté mal. No es tanto el deleitarse en hacer una mala obra lo que se quiere decir, sino el placer malicioso que nos produce a casi todos el enterarnos de algo negativo acerca de algún otro. Es uno de los raros rasgos de la naturaleza humana el que muy a menudo preferimos saber de las desgracias de los demás más que de su buena suerte. Es más fácil llorar con los que lloran que alegrarse con los que están alegres. El amor cristiano no tiene nada de la malicia humana que se complace en las malas noticias.
El amor se regocija con la verdad. Eso no es tan fácil como parece. Hay veces que no queremos que prevalezca la verdad; y aún más veces cuando es lo último que queremos oír. El amor cristiano no desea tapar la verdad; no tiene nada que ocultar, así es que se alegra cuando la verdad triunfa.
El amor lo puede aguantar todo. Es posible que esto quiera decir que « el amor lo puede tapar todo,» en el sentido de que no saca nunca a la luz del día los trapos sucios. Estaría mucho mejor dedicarse a remendar y a remediar las cosas defectuosas que a desplegarlas y criticarlas. Recordemos también que «cubrir» el pecado es una expresión bíblica típica que quiere decir perdonarlo (cp. Salmo 32: I). Pero lo más probable es que quiera decir que el amor puede soportar cualquier insulto, o injuria, o desilusión. Describe la clase de amor que había en el corazón de mismo Jesús.
Tus enemigos Te odiaban, despreciaban e insultaban; Tus amigos Te dejaron, cobardes y desleales. Pero Tú no te cansabas de olvidarlo y perdonarlos; Tu corazón no sabía más que amar y perdonar. El amor confía ilimitadamente. Esta característica tiene un doble aspecto.
(i) En relación con Dios quiere decir que el amor Le toma la Palabra a Dios, y puede tomar cualquier promesa que empieza por «Quienquiera que» y decir: «¡Eso va por mí!»
(ii) En relación con nuestros semejantes quiere decir que el amor siempre cree lo mejor acerca de los demás. A menudo es verdad que hacemos a la gente lo que creemos que son. Si damos muestras de no fiarnos de nadie, puede que los hagamos infidentes. Si les hacemos ver a las personas que nos fiamos de ellas a tope, puede que las hagamos fiables. Cuando pusieron a Arnold de director de Rugby, instituyó una manera completamente nueva de hacer las cosas. Antes, aquella escuela había sido un terror y una tiranía. Amold reunió a los chicos y les dijo que iba a haber mucha más libertad y muchas menos palizas. «Sois libres -les dijo-, pero sois responsables: sois caballeros. Me propongo dejaros a vuestro aire, dependiendo de vuestro honor; porque yo creo que si se os vigila y observa y espía, creceréis no conociendo más que los frutos del temor servil; y, cuando se os otorgue la libertad, como debe suceder algún día, no sabríais qué hacer con ella.» A los chicos les resultaba difícil creer aquello. Cuando los llevaban a su presencia, seguían presentando las mismas excusas y repitiendo las viejas mentiras. «Chicos -les decía, si vosotros lo decís, tiene que ser verdad. Creo en vuestra palabra.» El resultado fue que llegó el tiempo en Rugby cuando los chicos decían: «Es una vergüenza decirle una mentira a Amold. ¡Siempre le cree a uno!» Creía en ellos y los hizo ser lo que él creía que eran. El amor puede ennoblecer hasta al más innoble creyéndole capaz de lo mejor que puede llegar a ser.
El amor nunca deja de esperar. Jesús creía que ninguna persona es un caso desesperado. Adam Clark fue uno de los grandes teólogos, pero había sido un estudiante más bien torpe. Un día, llegó un visitante distinguido a su escuela, y el profesor le señaló y dijo: «Ese es el chico más estúpido de la escuela.» Antes de marcharse, el visitante se dirigió al chico y le dijo amablemente: «No te importe, chico: tú puedes llegar a ser un gran intelectual algún día. No te desanimes, sino trata de hacerlo todo lo mejor posible. Sigue intentándolo.» El profesor había perdido la esperanza, pero para el visitante todavía había esperanza. Y, ¿quién sabe? Puede que fuera aquella palabra de esperanza lo que hizo que Adam Clark llegara a ser el que fue.