Todos vosotros sois el Cuerpo de Cristo, y cada uno de vosotros en particular es un miembro de Él. De acuerdo con eso, Dios nombró apóstoles a algunos en primer lugar; en segundo lugar, a otros, profetas; en tercer lugar, a otros, maestros; y luego, el poder de obrar maravillas; y luego, dones especiales de sanidades; la habilidad de ayudar; la capacidad para administrar; las distintas clases de lenguas. ¿Verdad que no son todos apóstoles? ¿Verdad que no son todos profetas? ¿Verdad que no son todos maestros? ¿Verdad que no todos tienen el poder de obrar maravillas?
¿Verdad que no todos poseen dones de sanidades? ¿Verdad que no todos hablan en lenguas? ¿Verdad que no todos saben interpretar? ¡Anhelad los dones que son aún mayores! Os indicaré un camino que es todavía más excelente.
Aquí tenemos una de las más famosas alegorías de la unidad de la Iglesia que se hayan escrito nunca. Siempre ha sido fascinante el considerar la forma en que cooperan las diferentes partes del cuerpo. Hace mucho, Platón había trazado una famosa semblanza del cuerpo, presentando la cabeza como una ciudadela; el cuello era el istmo entre la cabeza y el cuerpo; el corazón era la fuente del cuerpo; los poros eran los senderos; las arterias y las venas, los canales. De la misma manera, Pablo traza aquí el esquema de la Iglesia como un cuerpo. Un cuerpo consta de muchas partes, pero tiene una unidad esencial. Platón había indicado que no decimos: «Mi dedo tiene un dolor,» sino « Yo tengo dolor.» Hay una personalidad que da unidad a las muchas diversas partes del cuerpo. Lo que el yo es al cuerpo, lo es Cristo a la Iglesia. Es en Él donde todos los diversos miembros encuentran su unidad.
Pablo pasa a considerarlo de otra manera. «Vosotros -dice= sois el Cuerpo de Cristo.» Aquí hay una idea impresionante.
Cristo ya no está en este mundo en cuerpo; por tanto, si quiere que se haga algo en el mundo tiene que encontrar a una persona que lo haga. Si quiere que enseñen a un niño, tiene que buscarse un maestro; si quiere que curen a un enfermo, tiene que buscarse un médico o un cirujano que haga su trabajo; si quiere que se cuente Su historia, tiene que buscarse a alguien que la cuente. Literalmente, tenemos que ser el Cuerpo de Cristo: unas manos que hagan Su trabajo, unos pies que vayan a Sus recados, una voz que hable por Él.
Él no tiene más manos que las nuestras para hacer hoy Su obra; Él no tiene más pies que nos nuestros para mostrar Su camino; Él no tiene más voz que la nuestra para contar cómo murió; necesita que Le ayudemos llevando a otros hasta Él. Aquí radica la suprema gloria del cristiano: ser parte del Cuerpo de Cristo en el mundo.
Así que Pablo traza una alegoría de la unidad que debe existir dentro de la Iglesia si ha de cumplir su misión. Un cuerpo es sano y eficiente sólo cuando cada una de sus partes funciona como es debido. Las partes del cuerpo no tienen celos unas de otras, ni codician las funciones de las otras. De la descripción de Pablo deducimos ciertas cosas que deberían existir en la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.
(i) Deberíamos darnos cuenta de que nos necesitamos unos a otros. No puede haber tal cosa como aislamiento en la Iglesia.
Demasiado a menudo, los miembros de una iglesia están tan inmersos en la porción de la obra de la que se ocupan y tan convencidos de que es de suprema importancia que olvidan y hasta critican a otros que hacen otra labor. Si la Iglesia va a ser un Cuerpo sano, se necesita lo que pueda hacer cada cual.