(iii) Con la tentación siempre hay una salida. La palabra es gráfica: ékbasis. Quiere decir la salida de un desfiladero, un puerto de montaña. Sugiere la idea de un ejército aparentemente rodeado, que de pronto descubre una salida. Nadie tiene por qué sucumbir a la tentación; porque, juntamente con ella, está la salida, que no es la rendición ni la retirada sino una forma de conquistar con el poder y la gracia de Dios.
La obligación sacramental
Así que, amados míos, evitad todo lo que tenga que ver con los ídolos. Os hablo como a personas sensatas; analizad bien lo que os digo. Esta bendita copa por la que damos gracias a Dios, ¿no es el compartir de veras la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es participar de veras del cuerpo de Cristo? Así como el pan que compartimos es uno, así nosotros, aunque somos muchas personas, somos un solo cuerpo tan realmente como participamos de un solo pan. Fijaos en la nación de Israel como raza: los que comen de los sacrificios, ¿no se hacen partícipes espiritualmente del altar? Entonces, ¿qué estoy diciendo? ¿Estoy implicando que una cosa que se haya ofrecido a los ídolos es de hecho un verdadero sacrifcio? ¿Estoy diciendo que un ídolo es algo? No es eso lo que digo; sino que lo que sacrifican los paganos, se lo sacrifican a los demonios y no a Dios; y yo no quiero que tengáis nada que ver con los demonios. No podéis beber la copa del Señor y la de los demonios. ¿O es que vamos a hacer que el Señor se sienta celoso? ¡No os consideraréis más fuertes que Él!
Detrás de este pasaje hay tres ideas; dos de ellas son características del tiempo en que vivió Pablo; la tercera es válida para todos los tiempos.
(i) Como ya hemos visto, cuando se hacía un sacrificio se le devolvía al que lo ofrecía una parte de la carne para que hiciera una fiesta. En tal fiesta se creía que el dios estaba presente. Más aún: se solía creer que, después de sacrificarle el animal, el dios mismo tomaba posesión de la carne y, en el banquete, entraba en los cuerpos y los espíritus de los que la comían. Exactamente como se formaría un vínculo inquebrantable entre dos personas que comieran cada una el pan y la sal de la otra, así en una comida sacrificial se formaba una comunión íntima entre el dios y el adorador. La persona que sacrificaba era partícipe del altar en un sentido muy real: creía que entraba en una comunión íntima con el dios.
(ii) Entonces todo el mundo creía en los demonios. Los demonios podían ser buenos y malos; pero lo más corriente era que fueran malos. Eran espíritus intermediarios entre los dioses y las personas. Para los griegos, como para muchos pueblos primitivos hoy en día, cada manantial, seto, montaña, árbol, corriente, estanque, roca o lugar tenía su demonio. «Había dioses en todas las fuentes y en todas las cimas; dioses que respiraban en las brisas y centelleaban en los relámpagos; dioses en los rayos solares y en las estrellas; dioses que se desperezaban en los terremotos y en las tormentas.» Todo el mundo estaba abarrotado de demonios. Los judíos los llamaban shedim. Eran espíritus malos que acechaban en las casas vacías, que merodeaban «por las migajas del suelo, el aceite de los candiles, el agua que se bebía, en las enfermedades que atacaban, en el aire, en las habitaciones, día y noche.»
Pablo creía en esos demonios; los llamaba «principados y potestades.» Su punto de vista era que un ídolo no era nada ni representaba nada; pero todo el negocio del culto a los ídolos era obra de los demonios; por ese medio apartaban a la gente de Dios. Cuando adoraban a los ídolos creían que estaban adorando a dioses; de hecho, estaban siendo engañados por los malignos demonios. El culto de los ídolos ponía a la gente en contacto, no con Dios, sino con los demonios,› y todo lo que tuviera nada que ver con aquellos tenía el tufo infeccioso de estos. La carne ofrecida a los ídolos no tenía ningún misterio, pero el hecho era que había sido utilizada por los demonios y estaba por tanto contaminada.
(iii) De este antiguo conjunto de creencias se deriva un principio permanente: Una persona que se ha sentado a la mesa de Jesucristo no puede ir a sentarse a la mesa que es un instrumento de los demonios. Si alguien ha participado del cuerpo y de la sangre de Cristo hay cosas de las que no debe participar.
Una de las grandes estatuas de Cristo es la de Thorvaldsen; después de tallarla, le ofrecieron un contrato para tallar una estatua de Venus para el Louvre. Su respuesta fue: « La mano que ha tallado la forma de Cristo no puede luego tallar la forma de una diosa pagana.»