La historia de Israel muestra bien a las claras que los que disfrutaron de los mayores privilegios de Dios no estaban ni mucho menos a salvo de la tentación; un privilegio especial, recuerda Pablo, no es ninguna garantía de seguridad.
Debemos fijarnos en las tentaciones y en los fallos que Pablo menciona entre muchos.
(i) Está la tentación de la idolatría. Ahora no adoramos ídolos tan a las claras; pero, si el dios de una persona es aquello a lo que dedica todo su tiempo, pensamiento y energía, sigue habiendo muchos que adoran la obra de sus manos más que al Dios verdadero.
(ii) Está la tentación de la libertad sexual. Mientras el hombre es hombre, y la mujer mujer, los asaltan tentaciones de su naturaleza inferior. Sólo un apasionado amor a la pureza puede salvar de la impureza.
(iii) Existe la tentación de tentar a Dios. Consciente o inconscientemente muchos regatean con la misericordia de Dios. En el fondo de la mente está esta idea: « No me pasará nada; Dios me perdonará.» A riesgo propio olvidamos que hay una santidad de Dios lo mismo que un amor de Dios.
(iv) Está la tentación de la murmuración. Hay muchos que miran la vida con un gesto de disgusto y no de complacencia.
Así que Pablo insiste en la necesidad de la vigilancia. «Que el que se crea seguro no se pegue el batacazo.» Una y otra vez ha habido fortalezas que se han conquistado cuando sus defensores estaban confiados. En Apocalipsis 3: 3, el Señor Resucitado advierte a la iglesia de Sardis que esté alerta. La acrópolis de Sardis estaba construida sobre una cresta rocosa que se consideraba inexpugnable. Cuando Ciro estaba sitiando la ciudad, ofreció una recompensa especial al que descubriera la manera de atacarla. Cierto soldado cuyo nombre se recuerda, Hyereades, estaba observando un día y vio que se le caía el casco a un soldado de la guarnición sardita, y que bajaba a recogerlo entre las fortificaciones. Se fijó bien por dónde bajaba y subía.
Aquella noche guió a una compañía por aquel sendero entre los riscos y, cuando llegaron a la ciudad, se la encontraron totalmente desguarnecida; así es que entraron y capturaron la ciudadela, que se consideraba tan a salvo que no necesitaba guarnición. La vida es un negocio arriesgado, y debemos estar siempre prevenidos.
Pablo concluye esta sección diciendo tres cosas sobre la tentación.
(i) Está completamente seguro de que la tentación vendrá. Es parte de la vida. Pero la palabra griega que traducimos por tentación quiere decir más bien una prueba. Es algo diseñado, no para hacernos caer, sino para que lo superemos y salgamos de ello más fuertes que entramos.
(ii) Cualquier tentación que nos pueda sobrevenir no será nada nuevo. Otros la habrán resistido y habrán salido vencedores. Un amigo nos contaba que iba una vez llevando a Lightfoot, el famoso obispo de Durham, en un coche de caballos por una carretera muy estrecha de Noruega. Tanto se estrechaba que no había más que centímetros entre las ruedas y los riscos a un lado y el precipicio al otro. Le sugirió a Lightfoot que sería más seguro bajarse y seguir a pie. Lightfoot consideró la situación, y dijo: «Otros coches tienen que haber pasado por aquí; así es que, ¡adelante!» En una antología griega hay un epigrama que da el epitafio de un náufrago, supuestamente de sus propios labios: « ¡Un náufrago de estas costas os ordena haceros a la vela!» Su lancha se perdería; pero muchas más habrán mareado la tormenta. Cuando estamos pasando un mal trance, pensemos que otros lo han pasado antes que nosotros y, por la gracia de Dios, lo han resistido y conquistado.